El ocaso es para todos |
El día que muera quédate con mi luz
y no pares de oír los ecos de mi voz
en la lejanía del alma que huye.
Que no cesen las inagotables pertinencias
propias de una vida plena.
Cerrados mis ojos, déjalos volar en la quimera del mañana,
ellos sabrán posar la vista en la infinitud.
No intentes ser tutora de mi esencia,
pues que sea la merecida memoria la que asista a tal fin.]
Cubre con las sábanas de tu amor lo poco que quede de mí.]
Y si la parca se retrasa en la parada de su espera]
llámala en mi nombre
y ábrele las puertas.
Cuando mi cuerpo no resista la náusea de la vida,]
déjalo correr en la maratón hacia la meta.
Y cuenta mis pasos solo a aquellos a los que les importen las huellas de sus pisadas.
Cuando muera quiero huir, tan lejos como pueda.]
Que las alas batan libres, inalcanzables.
Deja que la memoria de mi rostro se borre,
para los iracundos indeseados que nunca me quisieron.]
Que la paz de mi partida,
sea tanta como las semillas que me haya dejado plantar el suelo.]
Y no permitas que otra losa, mas que la tierra
sirva de tapa eterna a mi cuerpo.
Diego José López Fernández
19-02-2020