4 ago 2015

Belleza inerte

Equivocó la paloma el vuelo
y anidó en tejas de barro mugriento.
Los canales de desagüe anegados
expedían el hedor de las sobras humanas
y la gota que escapaba surtía la sed del pájaro.
Quiso ir al ancho mar y fue cazado.
La red de asfalto asfixiaba su vitalidad
y cual ave de Alberti asumió su equivocación.

Equivocó la paloma el vuelo
y paró en rejas de hierro oxidado.
Las calles de transeúntes atestadas
huían del devenir de la difícil existencia
y el ruido que emanaban la ensordecía de tristeza.
Voló hacia marismas oníricas pero fue atrapada.
Los marcos de rotos ventanales servían de cobijo
y como animal libre entendió su derrota.

Equivocó la paloma el vuelo
y posó en tierra baldía de suspiros.
Los bordillos que sirven de guía
dibujan el plano del entramado malsano
y la hierba de plástico que crecía carente de vida
asomaba su patética estampa ante el ocaso.
La hierba maldita escudriñaba sus raíces
y las patas quedaron enredadas en la desolación.

Equivocó la paloma el vuelo
y quebró, en aras de la verdad, su llanto.
Las alas desdeñadas se afligían
asumiendo en un ciclo sin fin
la maldad que la atrapó sin opción de libertad.
Tornó a soñar y su vigilia jugó mala pasada.
Su lecho se hacía cada vez más sepulcro
y quiso luchar ante la adversidad sobrevenida.

Equivocó la paloma el vuelo
y encontró un camino de largo paso.
La belleza inerte servía de agua para la vida.
Los callos y zozobra acumulados de experiencia
y el delirante caminar complicado han servido.
Soñó con alcanzar el paraíso con premura,
pero de bruces se topó con la simple realidad
y quiso vivir y respiró tranquila tras su vuelo.

Efímero

El comienzo es lo más importante de una buena base. Sí, son los comienzos los que hacen que la vida se presente sólida y que los sueños tengan una buena estructura para hacerse realidad, pues los sueños, al fin y al cabo, son imaginables y fruto del trabajo de nuestro conciencia y como dicen algunos viejos sabios todo lo que nos podamos imaginar es posible. Es por ello que fabricar un buen comienzo a base de sueños es la clave para mantener una vida plena y en constante búsqueda del bienestar.
Otra de las claves para que la vida no se convierta en algo soporífero y nauseabundo es vencer los obstáculos del día a día con la mayor de las sonrisas y dedicar a los asuntos importantes sólo el espacio que se merecen. Así pues, se debe tener en cuenta que lo verdaderamente importante es mantener intacta tu integridad y tu dignidad como humano. Es imprescindible, para ello, vencer los miedos y al que intente amedrentar responderle con el desdén de la simpática ironía.
Quizás las muchas premisas que nos han hecho creer como ciertas la propia experiencia se encarga de desvelar la gran equivocación en la que se hallan. Pues, no siempre lo que mal empieza mal acaba y mucho menos lo que bien empieza dura para siempre. Son las propias personas las que con sus actos y su capacidad de entrega son, o no, capaces de hacer de algo que su eternidad sea una realidad o simplemente que lo efímero se adueñe de todo, pero nada tienen que ver los comienzos y las circunstancias que a estos le rodearon, pues del mayor suburbio nace el genio y de las mejores familias el maleante.
A tenor de lo difícil de la vida, de lo difícil de emprender nuevos proyectos, de la dificultad que entrañan los cambios y la dificultad que acarrean las pérdidas tanto humanas como materiales, así como, sentimentales es el ser humano el que con su fortaleza débil debe hacer frente y crecer en la adversidad. Leí en una ocasión que la cuestión es seguir caminando, no parar nunca. Los pies no deben estar nunca estancados en el mismo metro cuadrado a pesar de que la nueva zancada pueda ser el preámbulo de un tropiezo o el principio de un camino pedregoso, pero para eso estamos, para sortear, vencer, seguir y no parar nunca. No importa dónde quieras o puedas mirar, pero hazlo siempre al frente, ten horizontes y no creas que porque el sol llegue al ocaso la luna va a dejar de reinar el cielo. Por eso, es preciso saber que nunca existe la oscuridad cuando los corazones albergan esperanza.
Y el amor, el amor juega en esta liga y ¿quién entiende el amor sin complicaciones? Es necesario para que el amor tenga sentido que las cosas no sean del todo fáciles. Es muy necesario que el amor quizás no haya empezado a caminar con el pie derecho y es incluso posible que el amor haya surgido de un tumulto de circunstancias desordenadas. Pero el amor, el amor sabe cuándo es verdadero, sabe perfectamente cuando la balanza se decanta por el lado positivo y que lo malo que pueda entrañar son obstáculos de bajo nivel. Es el amor el que mantiene vivos a los seres humanos y el amor nunca tiene fin, nunca tiene epílogo, nunca acaba, incluso es inmortal.
Este final es el principio de todo, es un final con punto y seguido, ya que es difícil perseguir a la eternidad y darle caza. Es el principio de todas las cosas maravillosas y las que no lo son tanto. Es el principio del primer día en el que decidimos vivir con otras metas, el principio de la voluntad de ser mejores seres humanos y mejores parejas y mejores hijos y amigos. Este epílogo es la auténtica verdad y despoja de falacias y mentiras la demagogia que nos mueve para ser sociales y admitidos. Si hemos llegado hasta aquí, si el cosmos se alineó para que nacieras, probablemente, no sería casual, pues todos tenemos nuestra particular misión, pero depende mucho de la voluntad individual si asirla o rendirse en la adversidad. Los sueños son parte de esta misión, atento a tus sueños tanto a los oníricos como a los que tienen su fase REM durante la vigilia serás más sabio, serás más humano y serás más valiente. Pues no hay algo más hermoso que ese final con esencia de principio infinito.

El tejado, el gato y el tiempo

Tranquilidad y sueño penden del tejado mugriento por el devenir del tiempo y la tormenta y los estragos del musgo invernal que recalcitran las tejas dejando un aroma añejo y una estampa de tiempos pretéritos se hacen dueño de la estampa.
Por los factores de la escena bien podría tratarse de una casa en ruinas, o simplemente de un edificio dejado al abandono, pero, ¿no es quizás el tiempo y los estragos del mismo los que nos hacen ser quienes somos? Seguramente, ese tejado esté cuidado por un mimo anacrónico que deja que sea el devenir el que dé su aspecto y personalidad, esa muestra, es evidente al contemplar como sirve de lecho a un precioso gato al que poco importan las cicatrices del reloj. Pues, el felino descansa acolchado entre las tejas y poco o nada parece importarle su entorno ¿o sí?
Circunstancias varias son las que nos convierten en unas personas u otras. Es nuestro propio tiempo el que vaticina con nuestros actos y vivencias como será el tejado que nos cobije en el futuro. Ya que nadie está exento de la senectud que trae consigo cada segundo, hora, día y año que pasan por nuestros cuerpos, por nuestras mentes, por nuestro ego debemos concienciarnos. Sin duda, somos fruto de acontecimientos, nacemos de un producto que fabricamos cada día con nuestra percepción particular de las cosas. Somos alguien y lo somos para otros “álguienes”  del mismo modo que no existimos para multitud de seres. Así es la vida y así la vivimos casi sin darnos cuenta.
Mientras tanto, el hilo se va enmadejando en su ovillo de la rueca de una de las parcas que decide cuán largo o corto ha de ser. Tiempo que debemos no perder en raspar el musgo que nos va creciendo, ni preocuparnos por las lluvias tormentosas que nos mojan, ni por los posibles descuelgues de nuestras tejas y ser conscientes de que podemos ser el remanso de paz o el lecho de un gato caprichoso que sólo quiere el mejor lugar para descansar y el cuál, poco o nada, tiene que ver con la apariencia, sino con la calidad.
Así pues, sepamos cubrir cada día las necesidades de los propios y extraños, aprendamos a sabernos sabios y únicos, erijamos nuestras tejados en la grandeza del horizonte y destaquemos por nuestras veletas que sepan señalar el norte al que se halle perdido.
Al fin, poco quedará de nuestro legado, pues el devenir cederá en el tejado y las vigas caerán, se desplomarán las escayolas, se volatizarán las tejas y el edificio quedará derruido. Aunque siempre permanecerá el espacio, ¡sí! el espacio siempre quedará, sirva como base para un nuevo edificio o para otros menesteres, pero la huella se hallará imborrable por siempre. Entonces, ¿para qué martirizar nuestra fachada cuando nada de eso quedará? Seamos felices y constantes y construyamos ese tejado mientras el tiempo nos beneficie y tengamos como objetivo ser cómodos y bellos para los que viven y se cobijan debajo de él y no marionetas de las vanidades del exterior que en tan podredumbre mundo se quedarán vagando por toda la eternidad.

La dirección de nuestra Carta

Todo comienza en la era de las cavernas, desde que el ser humano comienza a ser sapiens y busca a su alrededor cualquier manera de hacer la vida más cómoda, placentera y fácil.
Es cierto, todo comenzó ahí, pero pronto surgieron infinidad de controversias, pugnas y  luchas de egos. Pues también, desde de momento, el ser humano ha necesitado tener la opción de ejercer el poder y hacerlo de una manera llamativa con el tesón de buscar la admiración y el miedo de unos y el beneplácito y el consenso de otros.
De ese modo, la naturaleza humana se hace vasalla al imponer normas que acreditan su apellido de sapientes rindiendo pleitesía a la cordura para una grata convivencia y una consecución del bienestar común.
Por todo ello, se hace grande y se acuña el término de Constitución. Tan magna palabra nos hace partícipes de un proyecto común, constituir es formar, crear, dar forma, hacer algo. Así pues, esa tarea conlleva en sí misma la necesidad de poner cosas en común, de llegar a acuerdos, de hermanar pensamientos e hilar posturas comunes con el contrario. Es así como nacen las Constituciones como leyes comunes, aceptadas y dirimidas por todos los ciudadanos. Es nuestra manera de ser UNO, crear unidad y confraternizar con los semejantes que la aceptan como suya.
Pero como todo, la Constitución debe estar viva y arropar a mayorías y minorías, debe estar atenta a todos los miembros de su gleba. Debe servir de orgullo común y exhibirse en plazas, calles y avenidas. Constitución es algo más que norma, es un amuleto de la democracia. Así pues, la Constitución se convierte en la protagonista de bellos desfiles, de bellos perfiles y se aromatiza con el cambio de estaciones. Además, acoge nobles y enormes edificios, viejas catedrales y archivos que son patrimonio mundial. Pues, Constitución es más que una norma, es una arteria que mantiene viva a ciudades y que da aliento a la sociedad que la acoge.
Asimismo, debemos convertirnos en guardianes de la Carta Magna, hacer que la llama que de ella emana no se funda por un vendaval pasajero. Pues si difícil es consensuar la Constitución, más aún mantener los principios anquilosados en el tiempo. Ella es soberana de nuestros destinos de convivencia, de nuestros derechos y virtudes como ciudadanos y pueblo, pero además, debe ser garante de nuestro devenir y de nuestras nuevas necesidades, somos seres vivos y humanos, sapiens. Por ese motivo, a la Constitución se le exige ese nivel de vitalidad y progreso.
Llegados aquí, sólo nos queda felicitar a la nuestra, que el pasado fin de semana cumplió treinta y seis años.Como todo, encierra errores y aciertos, incluso puede que resulte anticuada, como esos padres de jóvenes adolescentes que comienzan a experimentar la vida, pero eso no los hace menos válidos ni a ellos ni a la Carta Magna. Aunque quizás, corriendo los tiempos que corren, bien se podría hacer un esfuerzo por adaptar sus renglones ‘atados y bien atados’ a las nuevas formas de vida de una sociedad que pide a gritos ser librepara evolucionar en lo que es algo natural desde que el mundo es mundo.

A través de la ventana

Era marzo, quizás abril ¿o septiembre? No sé, realmente no me acuerdo, pero no es el tiempo lo más importante en esto que os quiero contar, es el lugar y, sobre todo, la persona.
Si mal no recuerdo, contaba con tres años de edad. Yo, por ese entonces, vivía en el pueblo gaditano de Villamartín, de dónde soy y dónde me formé. Pero las circunstancias del destino querían que me enamorase de Sevilla ya que la vinculación que desde mi infancia me unió a ella era fuerte.Un día nos dispusimos a visitar a mi abuelo materno que trabajaba, por esas fechas, en el edificio de Telefónica que, aún a día de hoy, sigue estando en Plaza Nueva. Desde el principio, me impresionaron los enormes ventanales del edificio y la majestuosidad de aquella plaza que quedó grabada en mi memoria de por vida.
Quizás fue un simple paseo, pero para aquél niño pequeño la ciudad era más grande que para el resto de los mortales y a pesar de mi corta edad quedé maravillado con tan magnánimos edificios. Tras el recorrido por el centro nos dispusimos a ir al barrio de Miraflores. Allí, en la calle Conde de Halcón, mis abuelos tenían las últimas pertenencias empaquetadas y las cajas embaladas dispuestas para ser repatriadas al pueblo dónde volvían después de veinte años en la diáspora de destinos a la que habían sometido a mi abuelo en la empresa. Recordaré siempre, como un sueño, un azucarero naranja de plástico que saqué con mis propias manos de ese piso. Una vez se cerró la puerta los diez años que mi familia había habitado ese domicilio parecieron quedarse atrás.
Pero la esencia de Sevilla siempre quedó en mi retina y en mis pensamientos y el viaje que realicé de pequeño era sólo el preámbulo de lo que sería mi futuro. Pues cuando finalicé los estudios en bachillerato comencé mi andadura universitaria en la ciudad en la que siempre soñé vivir y en la que tiempo atrás tanta gratitud provocó en mis inmaduros pero férreos sentidos. Fue entonces cuando hice realidad uno de los mayores sueños de mi vida, ser periodista, y lo conseguí. ¡Vaya si lo conseguí!
Así pues, los vaivenes del propio devenir vital nos llevan hacia derroteros que, a veces, pueden ser poéticos si sabemos ver la belleza que encierran en su simpleza e inadvertida existencia. Y es eso precisamente lo que me pasó, que como un deja-vu pude contemplar desde otra perspectiva lo que los caminos nos llevan a andar. Si con tres años asombrado me quedé con los ventanales del edificio de Telefónica, más bucólica me pareció, aún, la imagen de ese maravillo edificio visto desde uno de los ojos de buey del palomar del Ayuntamiento de Sevilla, justo encima del arquillo dónde por estas fechas se ubica el portal de Belén del consistorio.
Habían pasado veinte tres años y el mismo sitio visto desde una perspectiva diferente me llenó de nostalgia. Recordé aquel día tan maravilloso en familia y el lugar en el que mi abuelo había aportado su labor profesional y ahora era yo el que contemplaba y el que trabajaba en ese sitio, bueno realizaba labor becada. Del mismo modo, pero desde las alturas cómo si el tiempo hubiese querido que volviese a ver ese tablero en el que estaba jugando, un tablero de ajedrez en el que había pasado de peón a torre, el recuerdo de mi abuelo sobrevolaba mis pensamientos.
Y quedó marcada en mi retina tan maravillosa estampa y nunca olvidaré ambos días y siempre quedaré embelesado con lo que esta bendita ciudad aporta y aportará a mi existencia. Y a través de la ventana comprobé como pasa el tiempo rápidamente y cómo el sino siempre es incierto, pero no por ello menos hermoso.

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