4 ago 2015

A través de la ventana

Era marzo, quizás abril ¿o septiembre? No sé, realmente no me acuerdo, pero no es el tiempo lo más importante en esto que os quiero contar, es el lugar y, sobre todo, la persona.
Si mal no recuerdo, contaba con tres años de edad. Yo, por ese entonces, vivía en el pueblo gaditano de Villamartín, de dónde soy y dónde me formé. Pero las circunstancias del destino querían que me enamorase de Sevilla ya que la vinculación que desde mi infancia me unió a ella era fuerte.Un día nos dispusimos a visitar a mi abuelo materno que trabajaba, por esas fechas, en el edificio de Telefónica que, aún a día de hoy, sigue estando en Plaza Nueva. Desde el principio, me impresionaron los enormes ventanales del edificio y la majestuosidad de aquella plaza que quedó grabada en mi memoria de por vida.
Quizás fue un simple paseo, pero para aquél niño pequeño la ciudad era más grande que para el resto de los mortales y a pesar de mi corta edad quedé maravillado con tan magnánimos edificios. Tras el recorrido por el centro nos dispusimos a ir al barrio de Miraflores. Allí, en la calle Conde de Halcón, mis abuelos tenían las últimas pertenencias empaquetadas y las cajas embaladas dispuestas para ser repatriadas al pueblo dónde volvían después de veinte años en la diáspora de destinos a la que habían sometido a mi abuelo en la empresa. Recordaré siempre, como un sueño, un azucarero naranja de plástico que saqué con mis propias manos de ese piso. Una vez se cerró la puerta los diez años que mi familia había habitado ese domicilio parecieron quedarse atrás.
Pero la esencia de Sevilla siempre quedó en mi retina y en mis pensamientos y el viaje que realicé de pequeño era sólo el preámbulo de lo que sería mi futuro. Pues cuando finalicé los estudios en bachillerato comencé mi andadura universitaria en la ciudad en la que siempre soñé vivir y en la que tiempo atrás tanta gratitud provocó en mis inmaduros pero férreos sentidos. Fue entonces cuando hice realidad uno de los mayores sueños de mi vida, ser periodista, y lo conseguí. ¡Vaya si lo conseguí!
Así pues, los vaivenes del propio devenir vital nos llevan hacia derroteros que, a veces, pueden ser poéticos si sabemos ver la belleza que encierran en su simpleza e inadvertida existencia. Y es eso precisamente lo que me pasó, que como un deja-vu pude contemplar desde otra perspectiva lo que los caminos nos llevan a andar. Si con tres años asombrado me quedé con los ventanales del edificio de Telefónica, más bucólica me pareció, aún, la imagen de ese maravillo edificio visto desde uno de los ojos de buey del palomar del Ayuntamiento de Sevilla, justo encima del arquillo dónde por estas fechas se ubica el portal de Belén del consistorio.
Habían pasado veinte tres años y el mismo sitio visto desde una perspectiva diferente me llenó de nostalgia. Recordé aquel día tan maravilloso en familia y el lugar en el que mi abuelo había aportado su labor profesional y ahora era yo el que contemplaba y el que trabajaba en ese sitio, bueno realizaba labor becada. Del mismo modo, pero desde las alturas cómo si el tiempo hubiese querido que volviese a ver ese tablero en el que estaba jugando, un tablero de ajedrez en el que había pasado de peón a torre, el recuerdo de mi abuelo sobrevolaba mis pensamientos.
Y quedó marcada en mi retina tan maravillosa estampa y nunca olvidaré ambos días y siempre quedaré embelesado con lo que esta bendita ciudad aporta y aportará a mi existencia. Y a través de la ventana comprobé como pasa el tiempo rápidamente y cómo el sino siempre es incierto, pero no por ello menos hermoso.

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