4 ago 2015

El tejado, el gato y el tiempo

Tranquilidad y sueño penden del tejado mugriento por el devenir del tiempo y la tormenta y los estragos del musgo invernal que recalcitran las tejas dejando un aroma añejo y una estampa de tiempos pretéritos se hacen dueño de la estampa.
Por los factores de la escena bien podría tratarse de una casa en ruinas, o simplemente de un edificio dejado al abandono, pero, ¿no es quizás el tiempo y los estragos del mismo los que nos hacen ser quienes somos? Seguramente, ese tejado esté cuidado por un mimo anacrónico que deja que sea el devenir el que dé su aspecto y personalidad, esa muestra, es evidente al contemplar como sirve de lecho a un precioso gato al que poco importan las cicatrices del reloj. Pues, el felino descansa acolchado entre las tejas y poco o nada parece importarle su entorno ¿o sí?
Circunstancias varias son las que nos convierten en unas personas u otras. Es nuestro propio tiempo el que vaticina con nuestros actos y vivencias como será el tejado que nos cobije en el futuro. Ya que nadie está exento de la senectud que trae consigo cada segundo, hora, día y año que pasan por nuestros cuerpos, por nuestras mentes, por nuestro ego debemos concienciarnos. Sin duda, somos fruto de acontecimientos, nacemos de un producto que fabricamos cada día con nuestra percepción particular de las cosas. Somos alguien y lo somos para otros “álguienes”  del mismo modo que no existimos para multitud de seres. Así es la vida y así la vivimos casi sin darnos cuenta.
Mientras tanto, el hilo se va enmadejando en su ovillo de la rueca de una de las parcas que decide cuán largo o corto ha de ser. Tiempo que debemos no perder en raspar el musgo que nos va creciendo, ni preocuparnos por las lluvias tormentosas que nos mojan, ni por los posibles descuelgues de nuestras tejas y ser conscientes de que podemos ser el remanso de paz o el lecho de un gato caprichoso que sólo quiere el mejor lugar para descansar y el cuál, poco o nada, tiene que ver con la apariencia, sino con la calidad.
Así pues, sepamos cubrir cada día las necesidades de los propios y extraños, aprendamos a sabernos sabios y únicos, erijamos nuestras tejados en la grandeza del horizonte y destaquemos por nuestras veletas que sepan señalar el norte al que se halle perdido.
Al fin, poco quedará de nuestro legado, pues el devenir cederá en el tejado y las vigas caerán, se desplomarán las escayolas, se volatizarán las tejas y el edificio quedará derruido. Aunque siempre permanecerá el espacio, ¡sí! el espacio siempre quedará, sirva como base para un nuevo edificio o para otros menesteres, pero la huella se hallará imborrable por siempre. Entonces, ¿para qué martirizar nuestra fachada cuando nada de eso quedará? Seamos felices y constantes y construyamos ese tejado mientras el tiempo nos beneficie y tengamos como objetivo ser cómodos y bellos para los que viven y se cobijan debajo de él y no marionetas de las vanidades del exterior que en tan podredumbre mundo se quedarán vagando por toda la eternidad.

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