Virgen de los Dolores |
Aromas que anuncian una previa
que en gozosos momentos nos alumbra,
dando agrado a los abiertos azahares
de nuestros naranjos nazarenos.
Dolores que eran siete,
clavados con daga en tu pecho,
Dolores, que en el viernes,
compartes con todos tu lamento.
Fe de un día que entremedio,
aguarda la fervorosa pasión
en los pasos ahumados de incienso,
que nos embriagan con su olor.
Cuántos penitentes se afanan este sábado
en proteger tu candor,
pues de salvador al humano
servirás con tu estertor.
Al fin suenan clarines,
a las puertas de la ciudad,
triunfante entre los olivos, caminando el domingo vas,
con la sola compaña
de un pollino y su mamá.
Entre palmas envuelta tu caridad
abiertas las jambas de tu pueblo,
hacia Jerusalén a mostrar la paz.
Lunes tardío en la traición,
en la que los tuyos renunciarán
y dejándote a solas,
con un beso, te venderán.
Malditas las estampas,
de los que te hicieron tanto mal,
y sacrílegas las entrañas de los que abandonan sin piedad.
Fustigada tu espalda en martes de sangre,
que derrama sin cesar,
ante el desconcierto de una madre,
que no atina a atestiguar
como los beneficiados
te abandonan ante lo fatal.
Solas María y Magdalena se encuentran,
abrazadas a Juan que afligido está.
Sean misericordes las postreras esperanzas,
que en miércoles de asueto
saldrán los villanos a apresarla,
y sea, pues, tu viva estampa de amor eterno,
la que en cáliz de universal entrega,
encamine su alma hacia los cielos,
ante la cruz de tu mecenas.
Serán tus pisadas del jueves, Nazareno,
las que con fatigas del cirineo,
a Jesús y Simón os harán de juego.
Atrofiadas arrecian las voces de la masa,
que afines del infame Barrabás,
te conducen hacia las brasas,
de un infierno que evitarás,
entre contingencias inhumanas.
La quinta angustia bien atinada,
aturde en el viernes de blasfemia,
las profundidades de María,
cuyo vástago en brazos inerte,
sacude su ser con el padecer más ingente.
Soledad tras el tañido de funestas campanas,
despacio tras la urna de la fatal mortaja,
se halla por completo desolada.
Negruras en las nubes del cénit,
tras la aberrante cruzada,
que la inocencia se cobra,
en un sábado de torrijas pasadas,
las mieles de un erróneo castigo,
del hombre cuyas entrañas harapientas,
sirven de expiación a maldad añeja
a la que pronto la luz vence.
Trombones y estruendo de alborozo,
en el domingo blanco de Pascua,
cuándo a las calles sale, en Virtudes, la añoranza,
de ese hijo que se fue
y resucita entre alabanzas.
de los crédulos el cielo,
de los ignorantes la enseñanza,
de un hombre que con su historia, nos equilibra en la balanza.
Diego José López Fernández
09-03-2020