Al principio, Dios creo… Así comienza la Biblia, mostrando a un Dios creador, un Dios artesano. Esto nos lleva a pensar que la artesanía ha existido desde los albores de la existencia. Pues el ser humano siempre tuvo la necesidad de transformar su entorno para hacerlo menos hostil y más cómodo para el desarrollo de la vida. Ahora, parece que esa manera de proceder no pertenece al género humano, sino a majestuosas máquinas y cadenas de montaje que banalizan, absolutamente, el proceder minucioso y cuidado de las manos artesanas. Bien es cierto que la inmediatez y la revolución industrial han hecho más cómoda nuestra existencia con multitud de aparatejos y trastos que van desde pelar unas patatas sin complicación alguna y evitando que puedas dañar la yema de uno de tus dedos, hasta viajar a la otra punta de La Tierra en cuestión de horas, todo eso es, razonablemente, un adelanto que defiendo y, por supuesto, reconozco su valía. Pero todo es, igualmente cierto, producto de artificio, son cosas a las que les faltan almas, esas almas que se les presumen a las manufacturas artesanales llenas de labor y dedicación de un saber proceder ante la obra. Por todos esos motivos, creo que poner de relieve la labor de esos artesanos es, cuanto menos, un homenaje más que merecido a todos los que, aun, intentan ser un salvavidas de esas tradiciones.
Igualmente, desde la génesis de nuestra aparición en este planeta, danzas, músicas, instrumentos, juegos, costumbres y folclore nos han hecho únicos y nos han dividido en grupos diferentes como amalgama de un encaje de bolillos que forman un precioso bordado. ¿Quizás no son nuestras diferencias las que nos deberían unir? Sinceramente, enriquecerse del prójimo, viajar, conocer, introducirte en mundos desconocidos son acciones que nos harán más humanos; que nos acercarán más a nuestro origen, a nuestra raíz. En ese origen están los artesanos, los primeros humanistas, los primeros artistas.
En estos tiempo de locura e inmediatez lo artesano ha quedado relegado a un plano de culto de neo ricos que “saben” apreciar las piezas elaboradas. Hipsters alternativos que son “expertos” en apreciar lo independiente, lo creado en exclusividad, fuera de lo convencional y lineal. Viven en sus pequeños apartamentos en buenas zonas de las mejores ciudades del mundo y compran en mercadillos, anticuarios y talleres piezas hechas a mano. Pero no, ese no es el campo de la artesanía, tampoco lo es el de las múltiples ferias y exposiciones de muestras que enseñan, a modo de escaparate, a los artesanos realizando sus labores como si de Copito de Nieve se tratasen, todo eso no son más que las “catetadas” de las ciudades en un intento desesperado por volver al origen. Pues, los artesanos, los oficios antiguos, las danzas y la música cobran esplendor en sus entornos naturales. Para eso sería un buen comienzo el trazar una hoja de ruta y, cuando el poco tiempo libre que nos deja esta estresante vida nos lo permita, viajar. Pero hacerlo con ton y son. Antes de salir, investigar que te ofrece el destino y hacer lo posible por introducirte en la cultura local, por beber de las mismas fuentes que los paisanos y no caer en la inercia de lo comercial y turísticamente explotado, sólo de esa manera se conocerá el verdadero leitmotiv de la raíz antes mencionada.
Poco a poco, semana a semana, iremos conociendo todo un mundo de nuevas sensaciones, nuevas que son antiguas, que son las originales. Quizás así podamos volver a ser más humanos, quizás de esa manera sepamos apreciar lo que somos y el por qué de haber llegado hasta aquí. Para, de ese modo, nunca perder el rumbo de aquellos polvos que hoy son el alma mater de los lodos sobre los que nadamos a diario. Ya que nada es nuevo invento, todo es mejoría de lo que, a buen seguro, alguien ya ideó en su momento, pero quizás por destiempo, falta tecnológica, de recursos o por ser todo un atrevimiento no pudo ver la luz y ahora lo hace como una novedad que esos neo retros “saben apreciar”. Sientan el mundo interior del ser humano, viajen al centro de lo auténtico, no compren canastos de mimbres hechos a mano en una tienda fashion de decoración exquisita del centro de su ciudad, indague dónde está el gitano canastero que los crea, echa gasolina a tu magnífico coche y plántate en su taller, ahí olerás las mimbreras secándose, las virutas en el suelo, comprobarás la esencia del devenir del tiempo y sólo así sabrás, con certeza, el por qué de su obra.