La danza entre los amantes se adueña de la noche perfecta. Los presentes contemplaban con entusiasmo como entrelazan sus cuerpos, como se funden en uno. En esa noche perfecta, tras el balcón del amplio salón unos fuegos artificiales acompañan tan sublime escena. El destelle de la pólvora hace brillar los ojos que se iluminan por la luna llena, invitada de excepción. Y los amantes, como si danzaran en el desierto, son ajenos al espléndido ambiente que crean sus olores y sus sabores, los besos que se profesan son manjar de los propios dioses. Dicen los viejos sabios que no hay nada mejor que amar y ser correspondido. Los amantes que aquí se presentan son quizás una de las parejas más bien avenidas de las que pueda llegar a conocer.
Hay pocos actos oficiales, recepciones reales y civiles, fiestas, ferias y saraos en los que esta envidiada pareja no sean invitados. Si es complaciente verlos juntos, presentarlos es todo un honor. El matrimonio de lujo que forman los cortadores de jamón y los venenciadores es digno de mención. El uno con las finas hojas de su cuchillo extrae de la pata curada de los cerdos de la Sierra onubense un manjar que en el paladar deja esa granulada textura. Para saciar la sed que el salado aperitivo arrecia qué mejor que dar un sorbo al catavino que con maestría saca con la venencia directo del barril y traspasado por los rayos del sol y oxigenando el caldo que extasía en los labios de quien lo prueba.
Desde los mejores viñedos de Jerez, Málaga o Montilla a las barricas de roble envejecidas por el tiempo se elabora ese líquido que en sus distintas vertientes hacen de Andalucía referencia mundial. El venenciador mejor representado en la botella de Tío Pepe que corona alguna que otra colina que atraviesan las carreteras patrias, es uno de esos personajes indispensables de nuestra cultura laboral. No cualquiera puede hacer arte con su trabajo, no cualquier trabajo es uno de los más fotografiados y tratados en postales que después recorrerán medio mundo. El de venenciador es uno de esos oficios de tradición de abolengo. Además de la elegancia y la exquisitez está impreso por el aroma de uno de los productos más codiciados que salen de la tierra de la vieja Andalucía.
Pero si en un matrimonio siempre hay un gran individuo detrás del otro que tanto o más lo es también, en este binomio no puede faltar tampoco ese otro que hace más grande al anterior. A pesar de la perogrullada es el cortador de jamón el complemento perfecto y compañero de vida de ese venenciador. Cortadores de un producto de calidad sublime, culmen de un largo trabajo que une tradición, sabiduría y temple. Además de las condiciones de flora y fauna que hacen posible la curación de ese jamón mundialmente reclamado es de buen recibo que ese digno e imperial alimento sea tratado por las manos de expertos para sacar de sí los mejores jugos y filetes que deleitarán los paladares con su estallido de sabor.
Y no hay matrimonio más andaluz y mejor avenido. Expertos gastronómicos de todo el mundo coinciden en que ambos productos de esta nuestra tierra son manjares. Con ellos deleitan a los comensales y las cocinas de los mejores restaurantes y sacian a los estómagos más delicados y exquisitos. Para ello no sólo cocineros, sino cortadores y venenciadores que con su trabajo y buen hacer hacen de la ya sublime materia prima su máxima exponencia, saben extraer de ella los mejores aromas, los mejores sabores y hacen del producto un ejemplo de la verdadera destreza de unos oficios que jamás deberían perderse.
El jamón y el vino compañeros de elegantes salones y de antiguos cortijos. Romance el suyo que hace de la mesa un rosario de deleites continuos. Pareja de perfecta armonía y de estupenda mesura. No puede haber mejor homenaje para venenciadores y cortadores de jamón que cerrar los ojos cuando consumimos los productos que ellos con tesón manipulan, para en un sonado onomatopéyico dar rienda suelta a la explosión de sabores que hacen de su trabajo algo indispensable en cualquier mesa de calidad que se precie de serlo.
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