Juegas, a veces, en el receso,
aprovechando la calma de mi vorágine
y te haces tan elocuente
que la arritmia se apodera
de mi sosiego y lo destruye,
impío, avariciosamente ávido.
El frenético destino de mis desvelos
se turba, desafiando mi estabilidad
rebosando mi emoción en altibajos
que, serrados, me aturden.
El descanso se aniquila,
ante las acrobacias de mi desvelo,
y me hallo frente a mí,
sin encontrar, en cualquier caso,
el segundo de consuelo
que tan desesperado busco.
Ahora, en el ostracismo del olvido,
poco suena el teléfono para la compasión,
si bien, en los albores de mi declive
mostré preocupado mi tensión,
hoy, en pocos soy recuerdo
y, entre menos, preocupación.
Todo se salda con una breve mención
en alguna tertulia ufana
que se aleja de mi situación.
Entonces, toco el techo de la angustia,
el estrés de mi sumisión
para acabar abatido,
sin gracias, ni perdón,
sin premio, ni risas,
sin reconocimiento, ni galardón.
Ahora yo, entre prozac y valium,
en químicos deposito mi prisión,
aquella de la mente en firme
que me atormenta sin dirección.
Me afano en castigarme, aún sin saber,
el origen de mi fatal pecado,
que no es más que el peso de la virtud
de considerarme imprescindible
en el tiovivo de lo efímero;
aunque la voz interna me alumbrase
decidí la tiniebla, per me,
y, en la lógica aplastante,
descarrilé de la vía que me había fabricado
con traviesas de humo
que atormentan hoy mis días
y discrepan de mi equilibrio.
Dejaré salir todo aquello que me aflige
y correré hacia la claridad de lo simple.
Destensionaré la pulcritud de la entrega,
porque no hay mejor recompensa
que las bondades de vivir
despojados de la gloriosa elocuencia
y veré en la simpleza
una aliada, necesaria, que con destreza
aspire a bajarme de la nube
para plantar mis pies en la tierra
y decirme, con sabía experiencia,
que mi mente es vergel que, regado,
es excelso en grandeza.
Y, si para tal fin preciso de apoyo,
no dudaré, en caso alguno,
en disponerle mis enojos
ante los de la psique doctos
y seguir con devoción sus pautas
que, a la calma en la balanza,
equilibren todos mis males.
Aprender de la vida que el peso,
cae por inercia a la nada
y, si no atisbas el fondo,
desapareces, sin darte cuenta,
y lo hace, también, tu preciado y complejo universo]
que, al prójimo paralelo,
poco le importa, si no es puntal de su techo.
Protégete, amigo, de los males
que nos acechan sin verlos,
porque sus peligros se adhieren,
sigilosos, sin saberlo,
y, cuando eres víctimas de ellos,
la telaraña por su peso
te atrapa, hasta dejarte en los huesos.
Libre seamos de todo mal y espantemos
a los fantasmas que al placebo
ya no reaccionan, ni por miedo.
Blindemos la falsa fortaleza que creemos
nos protege sin forjar sus cimientos.
Por desidia, por destiempo
y que, después, ante el desborde,
impertérrita la invocaremos.
Mas, si no labramos sus raíces,
desamparados y sin consuelo,
ante el mal, nos hallará hueros.
Por Diego José López Fernández
21-08-2021