21 ago 2021

PSIQUE



 Juegas, a veces, en el receso,

aprovechando la calma de mi vorágine

y te haces tan elocuente

que la arritmia se apodera

de mi sosiego y lo destruye,

impío, avariciosamente ávido.


El frenético destino de mis desvelos

se turba, desafiando mi estabilidad

rebosando mi emoción en altibajos

que, serrados, me aturden.


El descanso se aniquila,

ante las acrobacias de mi desvelo,

y me hallo frente a mí,

sin encontrar, en cualquier caso,

el segundo de consuelo

que tan desesperado busco.


Ahora, en el ostracismo del olvido,

poco suena el teléfono para la compasión,

si bien, en los albores de mi declive

mostré preocupado mi tensión,

hoy, en pocos soy recuerdo

y, entre menos, preocupación.

Todo se salda con una breve mención

en alguna tertulia ufana

que se aleja de mi situación.


Entonces, toco el techo de la angustia,

el estrés de mi sumisión

para acabar abatido,

sin gracias, ni perdón,

sin premio, ni risas,

sin reconocimiento, ni galardón.


Ahora yo, entre prozac y valium,

en químicos deposito mi prisión,

aquella de la mente en firme

que me atormenta sin dirección.


Me afano en castigarme, aún sin saber,

el origen de mi fatal pecado,

que no es más que el peso de la virtud

de considerarme imprescindible

en el tiovivo de lo efímero;

aunque la voz interna me alumbrase

decidí la tiniebla, per me,

y, en la lógica aplastante,

descarrilé de la vía que me había fabricado

con traviesas de humo

que atormentan hoy mis días

y discrepan de mi equilibrio.


Dejaré salir todo aquello que me aflige

y correré hacia la claridad de lo simple.

Destensionaré la pulcritud de la entrega,

porque no hay mejor recompensa

que las bondades de vivir

despojados de la gloriosa elocuencia

y veré en la simpleza

una aliada, necesaria, que con destreza

aspire a bajarme de la nube

para plantar mis pies en la tierra

y decirme, con sabía experiencia,

que mi mente es vergel que, regado,

es excelso en grandeza.


Y, si para tal fin preciso de apoyo,

no dudaré, en caso alguno,

en disponerle mis enojos

ante los de la psique doctos

y seguir con devoción sus pautas

que, a la calma en la balanza,

equilibren todos mis males.


Aprender de la vida que el peso,

cae por inercia a la nada

y, si no atisbas el fondo,

desapareces, sin darte cuenta,

y  lo hace, también, tu preciado y complejo universo]

que, al prójimo paralelo,

poco le importa, si no es puntal de su techo.


Protégete, amigo, de los males

que nos acechan sin verlos,

porque sus peligros se adhieren,

sigilosos, sin saberlo,

y, cuando eres víctimas de ellos,

la telaraña por su peso

te atrapa, hasta dejarte en los huesos.


Libre seamos de todo mal y espantemos

a los fantasmas que al placebo

ya no reaccionan, ni por miedo.

Blindemos la falsa fortaleza que creemos

nos protege sin forjar sus cimientos.

Por desidia, por destiempo

y que, después, ante el desborde,

impertérrita la invocaremos.

Mas, si no labramos sus raíces,

desamparados y sin consuelo,

ante el mal, nos hallará hueros.


Por Diego José López Fernández

21-08-2021

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