6 ago 2015

Con el arte entre los dedos

Un camino polvoriento, una senda de pedregal entre amarillos trigales tras un pollino que cansado y hastiado por el calor avanza lento pero seguro. Tras la colina comienzan a vislumbrarse los primeros destellos del blanco de la cal y cual espejismo en el desierto cada vez la meta se antoja más cercana. Los serones y alforjas del borrico llenos de utensilios fabricados de mimbre, hilados y trenzados con esmero por una familia de gitanos que tras él van turnándose en el carromato que acompaña toda la escena. Es abril, mayo o septiembre, da igual, la fecha es lo que menos importa cuando es el nomadismo el pilar de tu hogar. De nuevo una feria, de nuevo un mercadillo y de nuevo paso a paso la familia de calés descalzan los senderos para arriar a un nuevo escenario donde vociferar las bondades de los productos que con sabiduría y tesón fabrican.
De esta manera una de las profesiones que tradicionalmente se les atribuyen a los gitanos, el de canasteros, llega a las calles y plazas de pueblos y ciudades desde hace varios siglos. Aunque ya es complicado ver esos puestos de palos y cubiertos con telas raídas y una familia que aceitunados por el sol y de pelo azabache con arte cantan las bondades de los cestos, canastos, zurrones, azaleas y otros tantos utensilios que con el mimbre y el esparto son capaces de configurar su utilidad. Relegados a algunas ferias de muestra y pequeños talleres escondidos en bellos y blancos pueblos de la geografía andaluza y sevillana estos artesanos del mimbre han sido los únicos que han traspasado generación, tras generación el noble arte de tejer este material que previamente han debido plantar o buscar en las riberas de los ríos y arroyos y que después de un tratado procedimiento han secado y humedificado adecuadamente para que sea manejable y dúctil.
Pocos son ahora esos gitanos que portan por las ferias de ganado ese borrico cargado de cestos y canastas. Quizás si algunos tenéis la suerte de ir por una carretera, de esas más o menos transitada, y a lo lejos divisáis un sombrero de ala ancha, quizás de esparto, que con un cartel, puede que con ciertas faltas ortográficas, anuncia la venta de utensilios artesanos de mimbre, párense y comiencen a poner en boga el noble arte del regateo, a buen seguro, el gitano canastero estará encantado de tratar contigo el precio final y ¿quién sabe? a lo mejor hasta os regala una pequeña tonada de palos flamencos acompañados de la autenticidad que le confiere su bendita raza.
Y entre canastos han nacido muchas voces y han tocado muchas palmas y han vivido muchos de los grandes artistas que han conseguido que nuestra tierra tenga uno de los patrimonios intangibles más preciados del mundo, el flamenco.
Si nunca tiene la suerte de encontrar esa carretera con arcenes de arte, cuando visite pueblos perdidos en los que casas cuevas todavía sirven de cobijo a sus habitantes, esos pueblos que más que pueblos son familias, pregunte si alguien se dedica al oficio de la cestería o la espartería. De ser así búsquenlo y olerán ese característico aroma del taller, ese olor pajizo que tan propio es de este material. Seguramente en una silla de enea, con un suelo escamado de fibras de esparto y mimbre y quizás un gato o perro como único guardián de la empresa, hallará a un señor con manos cubiertas de cayos que poco a poco trenza una nueva canasta o tapiza una silla sevillana. Al fondo, posiblemente, una radio un tanto anticuada, cubierta de polvo, resalce los oídos de los presentes con cantes por soleá, boleras, alegrías o fandangos.
Y aunque no lo crean se sentirán más humanos. Verán que no todo en la vida evoluciona al ritmo vertiginoso que la sociedad del pronto y rápido nos impone. Volverán a apreciar la parsimonia y el trabajo laborioso de las manos. Se acercarán a los orígenes de nuestra cultura y nuestra tierra. Y todo, absolutamente todo, le parecerá tan sencillo, pero, sobre todo, le parecerá tan hermoso que crecerá su interés por la sabiduría popular y comprobará que ser cultos no pasa por empaparse cuatro tochos en la universidad, la cultura se adquiere con la experiencia y hay muchos humanos que relegados en la sociedad son catedráticos de la esencia.

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