Equivocó la paloma el vuelo
y anidó en tejas de barro mugriento.
Los canales de desagüe anegados
expedían el hedor de las sobras humanas
y la gota que escapaba surtía la sed del pájaro.
Quiso ir al ancho mar y fue cazado.
La red de asfalto asfixiaba su vitalidad
y cual ave de Alberti asumió su equivocación.
Equivocó la paloma el vuelo
y paró en rejas de hierro oxidado.
Las calles de transeúntes atestadas
huían del devenir de la difícil existencia
y el ruido que emanaban la ensordecía de tristeza.
Voló hacia marismas oníricas pero fue atrapada.
Los marcos de rotos ventanales servían de cobijo
y como animal libre entendió su derrota.
Equivocó la paloma el vuelo
y posó en tierra baldía de suspiros.
Los bordillos que sirven de guía
dibujan el plano del entramado malsano
y la hierba de plástico que crecía carente de vida
asomaba su patética estampa ante el ocaso.
La hierba maldita escudriñaba sus raíces
y las patas quedaron enredadas en la desolación.
Equivocó la paloma el vuelo
y quebró, en aras de la verdad, su llanto.
Las alas desdeñadas se afligían
asumiendo en un ciclo sin fin
la maldad que la atrapó sin opción de libertad.
Tornó a soñar y su vigilia jugó mala pasada.
Su lecho se hacía cada vez más sepulcro
y quiso luchar ante la adversidad sobrevenida.
Equivocó la paloma el vuelo
y encontró un camino de largo paso.
La belleza inerte servía de agua para la vida.
Los callos y zozobra acumulados de experiencia
y el delirante caminar complicado han servido.
Soñó con alcanzar el paraíso con premura,
pero de bruces se topó con la simple realidad
y quiso vivir y respiró tranquila tras su vuelo.
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