Todo comienza en la era de las cavernas, desde que el ser humano comienza a ser sapiens y busca a su alrededor cualquier manera de hacer la vida más cómoda, placentera y fácil.
Es cierto, todo comenzó ahí, pero pronto surgieron infinidad de controversias, pugnas y luchas de egos. Pues también, desde de momento, el ser humano ha necesitado tener la opción de ejercer el poder y hacerlo de una manera llamativa con el tesón de buscar la admiración y el miedo de unos y el beneplácito y el consenso de otros.
De ese modo, la naturaleza humana se hace vasalla al imponer normas que acreditan su apellido de sapientes rindiendo pleitesía a la cordura para una grata convivencia y una consecución del bienestar común.
Por todo ello, se hace grande y se acuña el término de Constitución. Tan magna palabra nos hace partícipes de un proyecto común, constituir es formar, crear, dar forma, hacer algo. Así pues, esa tarea conlleva en sí misma la necesidad de poner cosas en común, de llegar a acuerdos, de hermanar pensamientos e hilar posturas comunes con el contrario. Es así como nacen las Constituciones como leyes comunes, aceptadas y dirimidas por todos los ciudadanos. Es nuestra manera de ser UNO, crear unidad y confraternizar con los semejantes que la aceptan como suya.
Pero como todo, la Constitución debe estar viva y arropar a mayorías y minorías, debe estar atenta a todos los miembros de su gleba. Debe servir de orgullo común y exhibirse en plazas, calles y avenidas. Constitución es algo más que norma, es un amuleto de la democracia. Así pues, la Constitución se convierte en la protagonista de bellos desfiles, de bellos perfiles y se aromatiza con el cambio de estaciones. Además, acoge nobles y enormes edificios, viejas catedrales y archivos que son patrimonio mundial. Pues, Constitución es más que una norma, es una arteria que mantiene viva a ciudades y que da aliento a la sociedad que la acoge.
Asimismo, debemos convertirnos en guardianes de la Carta Magna, hacer que la llama que de ella emana no se funda por un vendaval pasajero. Pues si difícil es consensuar la Constitución, más aún mantener los principios anquilosados en el tiempo. Ella es soberana de nuestros destinos de convivencia, de nuestros derechos y virtudes como ciudadanos y pueblo, pero además, debe ser garante de nuestro devenir y de nuestras nuevas necesidades, somos seres vivos y humanos, sapiens. Por ese motivo, a la Constitución se le exige ese nivel de vitalidad y progreso.
Llegados aquí, sólo nos queda felicitar a la nuestra, que el pasado fin de semana cumplió treinta y seis años.Como todo, encierra errores y aciertos, incluso puede que resulte anticuada, como esos padres de jóvenes adolescentes que comienzan a experimentar la vida, pero eso no los hace menos válidos ni a ellos ni a la Carta Magna. Aunque quizás, corriendo los tiempos que corren, bien se podría hacer un esfuerzo por adaptar sus renglones ‘atados y bien atados’ a las nuevas formas de vida de una sociedad que pide a gritos ser librepara evolucionar en lo que es algo natural desde que el mundo es mundo.
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