Saliste con la punta de tu lanza
a escribir cuentos de castillos
con alguna princesa encantada
entre los muros de sus ladrillos.
Solo erigiste la espada
ante las crueles batallas
donde vasallos sin escudos
te abandonan en la nada.
Alfiles que en diagonales
se topaban con los peones,
cuyo reino del tablero
se lo ofrecían a perdedores.
Tal era la estima
y las ganas tan bajas
que, aún, echándotelo al hombro
no daban cuenta las ganancias.
A pesar de tu autonomía,
tan solo te quedabas,
que por más valiente que fueras
tus dudas se entendían.
Te hiciste parco en decisiones,
a pesar de tus cualidades
y, sabiéndote distinto,
entre todos te perdías.
¡Basta ya! Dijiste un día
y las riendas asistes
y, desde entonces, cabalga
henchida en voz tu alma.
Ya no importan las cadenas,
ni la opinión de la masa.
Te proclamaste presidente,
por diferente en la carcasa.
Ayer quise darte juego
hoy no sirves para nada
tan solo y triste como estabas
es como acabarás la cruzada.
Sin más compaña que la una,
en las previas de la campaña.
Más solo que el reloj
aunque toquen las campanas.
Diego J. López Fernández
27/10/2019
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