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Conferencia Memoria viva de Casas Viejas |
Camaradas, el hambre grita
y tenemos que prestarle nuestras gargantas
para la lucha utópica del pueblo
bajo proclamas y pancartas.
El hambre, ¡hermano!, nos fulmina
y las estrechas lindes que nos dejan
se hallan lejos de garantizar el sustento,
pues es grial de los señores
de una gleba aniquilada.
¡Luchemos hermanos! por la tierra,
ya que, tumbado el derecho de pernada,
no les dejemos nuestros vientres
a los que de ayuno nos matan.
¡Icimos las voces al cielo!
y que resuenen los ecos
a la par que tus tripas sin papas.
Y que se enteren, todos,
de que la lucha se gana con la palabra,
a pesar de los tiros y la soga
y las fulgurosas antorchas,
no sucumbiremos a la errata.
¡Avancemos! Sin miedo al dolor,
pues el tren pasa de día
aunque la niebla lo oculte
y creamos que la protesta,
sigue en pie su cita
aunque ayer las elites, la conluyeran.
La ilusión en nuestros cuerpos
siguieron en la ignorancia
Y, en vez de sacarnos del error fatal,
fue, nuestra confusión, la excusa
para el exterminio del que grita
y busca su libertad y el pan.
¡Sigamos quebrando nuestros huesos!
en las brasas de aquel fuego
y nuestras cabezas como trofeo
de los pudientes con dinero.
El hambre, siempre el alimento
que, cuando escasea, falta el seso,
y queriendo repartir ganancias
en las bandejas del equilibrio
no era la solución, esa, para los señoritos
al ver peligro al vasallaje.
¡Bramemos, en el ígneo consuelo!
de las pieles que se agotan
entre los chozos y el desconsuelo,
mas el humo es libre y sube
hasta lo más alto del techo
y, cuando toca el fin,
solo, detrás, se halla el universo
para continuar con el afán
del testimonio de tus recuerdos.
Y el tren había pasado,
tras la niebla densa en la mañana
y, sin saberlo el colectivo,
avanzaron con las proclamas
y no desconvocaron, camaradas,
razón por la que fijamos en el mapa,
como el estigma y la errata
de una república que en ciernes
sus albores emanaba
y con sus múltiples defectos
y con sus bondades y deseos.
¡Unámonos! Hermanos, camaradas
ante la ignominia y la infamia
y en el genocidio de nuestras almas.
Los chamizos, pobres, fueron prendidos,
aún así, no vencieron a la parca
que, aún ávida de ánimas,
mantuvo la historia bajo llaves,
escondida como badajo de sus campanas.
Hoy, con pocos candados,
pero con más burocracia que vergüenza,
reivindicamos tu injusticia,
cómo causa de nuestra pena
y resuene, así, siempre tu nombre
mi valiente Casas Viejas.
Diego J. López Fernández
31-10-2021