El foco nunca fue lo mío.
Creí, siempre, que la luz genuina
resultaba más interesante al mundo,
al menos, más que aquel atril en alto
y el sin fin de pantallas
que sólo atendían a ampliar,
de la manera más artificial,
el discurso vacío
del que, tan siquiera, lo escribe.
Abajo, escuchando los adeptos
se afanan entregados a los flashes.
Tan patético,
pues al certero oyente,
lo suelen mantener lejos.
A la par, el que no busca nada,
ni siquiera un futil saludo,
pasea los rincones
donde se halla su paz,
esa que tanto bien le propicia,
mientras que los ecos
de las voces altaneras,
se diluyen sin remedio
y el fulgor de la conciencia,
la propia,
lo refuta en su triunfo, inequívoco.
Diego J. López
11-11-2021
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