6 abr 2022

LARGA TRAVESÍA

Bahía de Cádiz un día gris y lluvioso

La travesía había resultado durísima. Después de haber surcado en aquel neumático más de cien millas por aquel mar del norte habíamos acabado en un punto incierto del mapa; tan sólo nos quedaba lanzar un SOS con la esperanza de que alguna alma caritativa viniese a rescatarnos. Por desgracia, se hacían muy frecuentes aquellos casos en aquel frío archipiélago de Jutlandia. Quizás, en previsión de las llegadas masivas que recibían de sus vecinos alemanes, ¡quién iba a imaginar eso meses atrás!, nos ataviaban con una capa que nos servía de abrigo tras tanta calamidad. 

Aun en aquellas circunstancias, existían compatriotas que luchaban en su ego por quedar por delante de los demás, «so imbécil, no ves que aquí estamos todos atrapados y que somos carne fácil, vamos a tener un poco de empatía», pensaba yo para mis adentros. 

Me empeñé en superar mi propia marca de resistencia y, en no pocas ocasiones, me mordía la lengua para no pegarle un soberano guantazo a  algunos compañeros del improvisado navío que nos mantenía a flote a duras penas. Creedme, no era tarea fácil, pero no podía consentir que todos los pasos que había dado hacia delante quedaran a expensas de una borda maldita a la que todos temíamos caer. 

Llegamos a tierra y yo salí corriendo, quería desaparecer lo más pronto posible de aquella caterva de catetos y malas personas. Pude apreciar algunas montañas de pacas en un campo cercano y me construí una cabaña para  guarecerme. Me quedé dormido, el marcapasos me iba a mil por hora y no podía darle tanto trabajo. 

Desconocía cuánto tiempo había pasado, pero al despertar me vi tumbado en una cama; todo parecía tranquilo y Paca, una soberbia señora española, me ofreció una rica sopa caliente, «no sé cómo existe tanto masoca», sentenció sin cortarse.

Por Diego J. López 

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