Desplegabas tus alas impías sobre los tejados
de aquella ciudad sumida en el caos,
dejabas caer, automática, tu maldad,
sin resquicio alguno a la huida.
Aquellas estampidas,
provocadas por el pánico más atroz,
no eran capaces de retroceder, un ápice, tu chapada coraza;
ni siquiera el llanto atronador de las cunas,
a cuyos filos las nanas apagaban sus notas,
hacia sucumbir tu gesta,
ya apuntada como victoria en tu particular bitácora.
Y no, tus vuelos de idas y venidas,
lejos de aplacar tu insaciable irá a cada mando,
la única traducción era:
más destrucción, más aire malo, más ignominia.
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