Son dos y nacen de tus entrañas. Dos que pasan desapercibidos para la mayoría de los propios y los extraños. Sois dos tan bellos, eternos y hermanados. Dos que tanto estrago causan en las vidas de todos, a la vez temidos y ansiados. Dos que sabéis salvaguardar la esencia de la humanidad. A veces ambiguos, capaces de sacar lo mejor de las personas y en muchas otras ocasiones desentrañáis los más bajos y peligrosos instintos intrínsecos al ser. Ambos con tanta capacidad de acción. Tanta que puede cegar y hacer creer al mundo que la razón te sucumbe cuando es realmente la propia locura la que aturde tu mente insana. Sois dos que usados con benevolencia alcanzáis la perfección y la casi plena felicidad. Es exiguo el escalón que separa todo lo anterior del abismo más absoluto. Y Sevilla os alberga, quizás su propia historia que la hace heroica e invicta le de la suficiente valentía para haceros de hogar.
Eres tú, la fe y también tú, el amor. Ambos, divinos y crueles sentenciáis nuestras vidas con veredictos justos e injustos. Pero aquí separados por calles y alegóricos aguardáis en vuestros templos y de manera sutil sois alfa y omega de una de las pasiones más clamorosas de la ciudad. Quizás Sevilla no se de cuenta, pero tanta heroicidad se le escapa por las aguas en las noches de luna llena de una santa semana.
Es usted, el amor, quién muestra la redención de la locura ante los ojos de todos los que aguardan a las puertas de la colegiata de El Salvador. Es Domingo de Ramos y en Sevilla todo se hace amor. Pero no se pierdan en la magnífica talla de Juan de Mesa, no, no es ese el amor al que me refiero. Deberán escudriñar bajo los pies del señor, ahí en la trasera de la cruz dónde se esconde para no asustar a Sevilla. Ahí escondido, apacible, pero a la vez lleno de fuerza, hallas la plenitud. Amor, ese que se encarna en la sangre derramada para otros, ese amor que descubre tus propias entrañas y arrancas tu piel a tiras para que beban directamente de tu sangre. Amor que alimenta a los demás mientras tú languideces ante el fatal desenlace. Amor de ese pelícano descubriendo sus plumas llenas del líquido vital para que sus vástagos se alimenten de sus vísceras. ¿Puede caber más amor que en esa simple alegoría? Y pasa desapercibida porque muestra lo temerario del amor. Y Sevilla sabe ser sede de su custodia, pero desea mantener su vanidad intacta y por eso lo esconde en un detalle tras el barroco deslumbrante. Pero el amor sabe que no necesita más espacio, es tan fuerte y voraz que sólo el que descubre su escondite entiende el porqué de muchas de sus incógnitas.
Pero no está sólo, tanta fuerza no sería capaz de sobrevivir sin una contraposición, con un álter ego que lo haga más grande aún, si cabe. Pues no existe amor sin fe, y la fe por suerte o desgracia es completamente ciega. Ciega porque no ve, pero cree. Ciega porque no necesita de actos, sino de esperanza de hallar lo verdadero. Ciega porque es tan grande e inexplicable que no puede teorizar su propia esencia. Es fe y es ciega, tan ciega que la hace tímida, tan ciega que busca su propio refugio en la eterna Sevilla. Y aunque está ahí, parece que no está. Y si es amor todo lo que comienza es fe todo lo que acaba. Fe que el sábado santo recibe los rayos vespertinos en María Auxiliadora. Paso tras paso en un rachear continuo portando el velo ante los ojos, un velo que no ha de caer. Velo que sirve de muro para no ver la misma realidad.
Amor y fe, no sería lo mismo de Sevilla sin dos de las grandes alegorías de la humanidad. Despejando el sentir religioso, libre e individual, tanto amor como fe están presentes en todos y cada uno de nosotros. Son tantas las veces que los tememos y tantas otras los ansiamos que escondidos nos vigilan. Ellos, menos dados a la opulencia y el postureo, tímidos porque su propia seguridad y costumbre los hace verdaderos y están exentos de demostrar su poder nos exorcizan para poseernos. Puede ser que sea una de las razones por las que Sevilla sea la ciudad de la alegoría. Puede que la bella Híspalis sea invicta y heroica por su noble lealtad a servir de testaferro de estas dos grandes fuerzas que nos superan. Amor y fe por siempre y que la bendita locura del desconocimiento atrevido nos otorgue lo que la vida nos tenga deparado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario