1 sept 2020

CUALQUIER 8 DE SEPTIEMBRE


Aquel septiembre que se fue, 
con el polvo en la vereda, 
con las ramas de las palmas, 
haciendo arcos en la carreta. 
Improvisados toldos de eneas, 
y bancos de duras pacas, 
que saben a gloria en la siesta. 
En el rancho de Ramírez sacan cestas, 
con termos de café y magdalenas, 
para llegar al Lugo 
con las primeras cervezas,
y danzar ante los bueyes 
en los altares de plata, 
con peana de buenos cinceles, 
que tu pureza guarda. 
Ya salen las primeras, 
a buscar las Montañas, 
con sus ricos ajuares de seda, 
que de papel se hacen en ellas. 
Tropeles de caballos trotan, 
entre terrones y terrazas, 
cubiertas por olivares, 
encinares y pinchas zarzas. 
¡Cómo huele a tomillo! 
Cuando nos acercamos a tu casa, 
y en paseíllo lustroso ecuestre 
llega tu ajuar de alhajas, 
tirados por dos bueyes. 
El tamboril al marcado compás, 
traza el paso de lo íntimo, 
y en los bordes de las mejillas, 
muchas lágrimas se han visto. 
Traen penas y alegrías, 
muchas promesas engarzadas 
y las cargas de una vida. 
Corazones que no empatan, 
en los visos del día a día, 
mas se hacen uno como milagro, 
ante la madre querida. 
Toda ella, esplendorosa, conmovida, 
que, desde su privilegiada atalaya, 
nos abraza y nos anima. 
La fe mueve montañas 
y Montañas nos motiva, 
entre reuniones de amistades 
y corrillos de familias. 
Quedan fotos en el tintero, 
instantáneas de un momento, 
y olores que a la memoria, 
siempre traerán recuerdos. 
Ya venimos de regreso, 
con algunos jirones en las chozas, 
pues el papel de la carreta, cansado, se despoja. 
Y las palmas y las telas, 
y los caballos y los romeros 
y los tractoristas y las palmeras 
cada vez mas roncos y cansados, 
percatan el fin a la fiesta. 
Mas, queda ella en el alma, 
y, esos sus ojos, misericordes, 
que nos allana, que nos calma y hace iguales. 
Y, a lo lejos las montañas, 
cargadas de añoranzas, 
y bajando por laderas 
henchidas todas las almas. 
Ya se intuyen las luciérnagas, 
en las calles de la Villa, 
dónde esperan impacientes, 
los que por dificultad no caminan. 
Y reciben a los suyos 
y abrazan sus pisadas, 
aplaudiendo al Simpecado 
que polvoriento se asomaba. 
Ya los cantes se acallan, 
y las palmas se hacen sordas, 
cuando llegan a la Plaza 
y termina la jornada. 
Las puertas del templo, discretas, 
abre sus hojas en jambas, 
para abrigar hasta el siguiente 
el tesoro de las Montañas. 
Viva la fe de nuestra raza, 
como pueblo en lo diverso, 
viva que en septiembre brilla 
por los confines enteros, 
y los rayos de sus brisas 
aguardan la eternidad al viajero, 
que nunca partirá del todo, 
porque su corazón, aquí, quedará preso.

Diego José López Fernández

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