17 dic 2021

SIN MÁSCARA

 











Son tantas las veces que pienso,

en el intento de mi arrogancia,

que no es broma lo que invento

que llego a creerme mi mentira.

Y la elevo como a la hoja el viento.

 

Mas, la conciencia me pesa

y, en ningún caso, me da aliento,

e intenta evitarme la participación

en despojos y vanos intentos.

 

En lucha los latidos con la razón

se ahogan, sin piedad, en el lamento,

ya que no dan luz a  la solución

pero sí de bruces en la malicia del evento.

 

Quizás, agotada de tanta desidia,

se acabe mi vida y se me agote el tiempo.

 

Y todo será frugal, y se esfume.

 

Pues, sin sentido avanza lo que defiendo,

y me doy cuenta, y me desgarra.

 

Hoy, en la nada, he puesto fin a mi talento.

 

Ya no hay remedio a tanta amalgama,

la mentira ha quedado al descubierto.

Me es imposible cubrirme en la excusa,

cuando mi máscara ha caído, definitiva, al suelo.


Por Diego J. López

17-12-2021

11 nov 2021

ILUMINADO


El foco nunca fue lo mío. 

Creí, siempre, que la luz genuina

resultaba más interesante al mundo,

al menos, más que aquel atril en alto

y el sin fin de pantallas

que sólo atendían a ampliar, 

de la manera más artificial,

el discurso vacío 

del que, tan siquiera, lo escribe.


Abajo, escuchando los adeptos

se afanan entregados a los flashes.

Tan patético,

pues al certero oyente,

lo suelen mantener lejos.


A la par, el que no busca nada,

ni siquiera un futil saludo,

pasea los rincones 

donde se halla su paz,

esa que tanto bien le propicia,

mientras que los ecos 

de las voces altaneras,

se diluyen sin remedio

y el fulgor de la conciencia, 

la propia, 

lo refuta en su triunfo, inequívoco.


Diego J. López

11-11-2021

2 nov 2021

EL TREN PASÓ EN LA NIEBLA

Conferencia Memoria viva de Casas Viejas


Camaradas, el hambre grita

y tenemos que prestarle nuestras gargantas

para la lucha utópica del pueblo

bajo proclamas y pancartas.


El hambre, ¡hermano!, nos fulmina

y las estrechas lindes que nos dejan

se hallan lejos de garantizar el sustento,

pues es grial de los señores

de una gleba aniquilada.


¡Luchemos hermanos! por la tierra,

ya que, tumbado el derecho de pernada, 

no les dejemos nuestros vientres

a los que de ayuno nos matan.


¡Icimos las voces al cielo!

y que resuenen los ecos

a la par que tus tripas sin papas.

Y que se enteren, todos,

de que la lucha se gana con la palabra,

a pesar de los tiros y la soga

y las fulgurosas antorchas,

no sucumbiremos a la errata.


¡Avancemos! Sin miedo al dolor,

pues el tren pasa de día

aunque la niebla lo oculte

y creamos que la protesta,

sigue en pie su cita

aunque ayer las elites, la conluyeran.

La ilusión en nuestros cuerpos

siguieron en la ignorancia

Y, en vez de sacarnos del error fatal,

fue, nuestra confusión, la excusa

para el exterminio del que grita

y busca su libertad y el pan.


¡Sigamos quebrando nuestros huesos!

en las brasas de aquel fuego

y nuestras cabezas como trofeo

de los pudientes con dinero. 


El hambre, siempre el alimento

que, cuando escasea, falta el seso,

y queriendo repartir ganancias

en las bandejas del equilibrio

no era la solución, esa, para los señoritos

al ver peligro al vasallaje. 


¡Bramemos, en el ígneo consuelo!

de las pieles que se agotan

entre los chozos y el desconsuelo,

mas el humo es libre y sube

hasta lo más alto del techo

y, cuando toca el fin,

solo, detrás, se halla el universo

para continuar con el afán

del testimonio de tus recuerdos.


Y el tren había pasado,

tras la niebla densa en la mañana

y, sin saberlo el colectivo,

avanzaron con las proclamas

y no desconvocaron, camaradas,

razón por la que fijamos en el mapa,

como el estigma y la errata

de una república que en ciernes

sus albores emanaba

y con sus múltiples defectos

y con sus bondades y deseos.


¡Unámonos! Hermanos, camaradas

ante la ignominia y la infamia

y en el genocidio de nuestras almas.

Los chamizos, pobres, fueron prendidos,

aún así, no vencieron a la parca

que, aún ávida de ánimas,

mantuvo la historia bajo llaves,

escondida como badajo de sus campanas.


Hoy, con pocos candados,

pero con más burocracia que vergüenza,

reivindicamos tu injusticia,

cómo causa de nuestra pena

y resuene, así, siempre tu nombre

mi valiente Casas Viejas.


Diego J. López Fernández

31-10-2021

21 ago 2021

PSIQUE



 Juegas, a veces, en el receso,

aprovechando la calma de mi vorágine

y te haces tan elocuente

que la arritmia se apodera

de mi sosiego y lo destruye,

impío, avariciosamente ávido.


El frenético destino de mis desvelos

se turba, desafiando mi estabilidad

rebosando mi emoción en altibajos

que, serrados, me aturden.


El descanso se aniquila,

ante las acrobacias de mi desvelo,

y me hallo frente a mí,

sin encontrar, en cualquier caso,

el segundo de consuelo

que tan desesperado busco.


Ahora, en el ostracismo del olvido,

poco suena el teléfono para la compasión,

si bien, en los albores de mi declive

mostré preocupado mi tensión,

hoy, en pocos soy recuerdo

y, entre menos, preocupación.

Todo se salda con una breve mención

en alguna tertulia ufana

que se aleja de mi situación.


Entonces, toco el techo de la angustia,

el estrés de mi sumisión

para acabar abatido,

sin gracias, ni perdón,

sin premio, ni risas,

sin reconocimiento, ni galardón.


Ahora yo, entre prozac y valium,

en químicos deposito mi prisión,

aquella de la mente en firme

que me atormenta sin dirección.


Me afano en castigarme, aún sin saber,

el origen de mi fatal pecado,

que no es más que el peso de la virtud

de considerarme imprescindible

en el tiovivo de lo efímero;

aunque la voz interna me alumbrase

decidí la tiniebla, per me,

y, en la lógica aplastante,

descarrilé de la vía que me había fabricado

con traviesas de humo

que atormentan hoy mis días

y discrepan de mi equilibrio.


Dejaré salir todo aquello que me aflige

y correré hacia la claridad de lo simple.

Destensionaré la pulcritud de la entrega,

porque no hay mejor recompensa

que las bondades de vivir

despojados de la gloriosa elocuencia

y veré en la simpleza

una aliada, necesaria, que con destreza

aspire a bajarme de la nube

para plantar mis pies en la tierra

y decirme, con sabía experiencia,

que mi mente es vergel que, regado,

es excelso en grandeza.


Y, si para tal fin preciso de apoyo,

no dudaré, en caso alguno,

en disponerle mis enojos

ante los de la psique doctos

y seguir con devoción sus pautas

que, a la calma en la balanza,

equilibren todos mis males.


Aprender de la vida que el peso,

cae por inercia a la nada

y, si no atisbas el fondo,

desapareces, sin darte cuenta,

y  lo hace, también, tu preciado y complejo universo]

que, al prójimo paralelo,

poco le importa, si no es puntal de su techo.


Protégete, amigo, de los males

que nos acechan sin verlos,

porque sus peligros se adhieren,

sigilosos, sin saberlo,

y, cuando eres víctimas de ellos,

la telaraña por su peso

te atrapa, hasta dejarte en los huesos.


Libre seamos de todo mal y espantemos

a los fantasmas que al placebo

ya no reaccionan, ni por miedo.

Blindemos la falsa fortaleza que creemos

nos protege sin forjar sus cimientos.

Por desidia, por destiempo

y que, después, ante el desborde,

impertérrita la invocaremos.

Mas, si no labramos sus raíces,

desamparados y sin consuelo,

ante el mal, nos hallará hueros.


Por Diego José López Fernández

21-08-2021

7 may 2021

TUS DÍAZ's TIENEN NOMBRE

Yolanda Díaz, Isabel Díaz y Susana Díaz

Nunca antes tantas Díaz habían acaparado la atención de la opinión pública. Cada Díaz con su cara, con sus particulares formas y sus discursos dispares que acaparan, en cada una de ellas, su intrínseca impronta y su manera particular de entender el servicio público. 

Pasamos por la Díaz sutil, de discurso impecable, fluido, sencillo pero claro y contundente, para desembocar en la Díaz de cara amable, llorosa impostada en los peores momentos de la pandemia y alegre chulapa jocosa que reivindica las cañas después de un fatídico día de trabajo en plena campaña electoral. Acabamos con la Díaz del otro lado del Guadalquivir, que, segura de sí misma, hecha en su barrio y ávida ganadora en las distancias cortas, pone el punto y seguido a una ristra de Díaz que, lejanas entre sí, comparten su incapacidad para dejar indiferente a la opinión pública. 

Además de la poliédrica faz de estas Díaz, cada una de procedencia dispar, tanto familiar como geográfica, encierran, per se, las vertientes diversas de lo que puede ser un manual de estilo político que les confiere una etiqueta reconocible a leguas y, en el fondo, eso han sabido hacerlo a la perfección, para bien o mal. 

La discreta Yolanda, desde las trabajadas tierras de Galicia, donde el minifundismo y las luchas obreras rurales han enfrentado históricamente una manera de vivir hacia dentro. De cuna comunista, sindicalista y reivindicativa envuelta en el carácter propio de su tierra discreta, pero tenaz de rudeza contenida, atada de pies al terreno en el que se posa con firmeza. Sin hacer ruido, paso a paso, sin llamar la atención, poco a poco, sin aspavientos llegó y no ha dejado de hacerlo desde que decidió prestar su nombre a la noble tarea de la política. Como si fuese fácil, ha sido concejala y ahora vicepresidenta tercera del Gobierno de España, sin darse importancia y constante. Ahí es nada 

Antagónica de la anterior se presenta al mundo Isabel, de cara agraciada, dulces facciones y espontaneidad juvenil, reina del hacerse notar con una falsa modestia que la precede sin remedio, pero que le es natural. Una mujer de imagen elegante, sin grandes elocuencias en su indumentaria, incluso de lenguaje corporal cercano, encierra un instrumento que pocos se atreven a utilizar en política y es tener menos vergüenza que miedo. Es echada para adelante, se involucra en cualquier acumulación de agua estancada para salpicarla y hacer de la podredumbre una onda expansiva. No oculta sus limitaciones intelectuales, incluso se sirve de ellas para acercarse al pueblo y contarles en premisas, no en proyectos, las proclamas que, en cada momento, se quieren escuchar. Cortoplacista en sus decisiones, hábil para dar la vuelta a la dificultad que entraña la gestión pública y circunscribirla a discursos banales, prosaicos, que se compran y se venden en el peor mercado de la inmediatez y el tan loado “postureo” que se reivindica en una sociedad que vive inmersa en el aquí y ahora para ayer. Desde el centro del reino ha llegado para, parece, quedarse un tiempo. 

Inflexiva, diametralmente opuesta a la Díaz del norte y difícilmente entroncada en las estirpes de elitismo pop de la del centro llegó para acaparar titulares desde el sur Susana. Querida por muchos, menos querida por otros muchos e incluso detestada políticamente por sus aliados naturales es una mujer curtida en batallas. Susana es de capote y de encuadrarse la montera para salir a los ruedos y enfrentarse a los toros que le vengan. Ella los capotea, a veces, sin acierto y, otras tardes, saliendo a hombros. De Sevilla al mundo, ¡qué digo!, de Triana al mundo. Si algo la honra, a pesar de sus errores que han sido y son muchos, es que vive en socialismo y jamás ha dejado de hacerlo. Cohabita en su mismo barrio, en su mismo pisito, lleva a sus hijos al colegio público que les corresponde, utiliza siempre la sanidad pública, anda por la calle, escucha a los vecinos, es de barrio y en el barrio se queda. No debe ser fácil cuando lo has sido todo en Andalucía, una tierra grande, de fuertes raíces de izquierdas y con espíritu de lucha, y tras muchos traspiés políticos que no invalidan su trabajo personal y los muchos años dedicados a las siglas que deben seguir sirviéndole, ahora afronta un posible ocaso, quién sabe, si con su más que probable retirada, poder volver a recuperar lo que jamás se debió perder. La tercera Díaz, fuerte, valiente, ambiciosa en el buen sentido de la palabra, dura en sus decisiones, decidida en las batallas, mujer que no se achanta pero que, si bien es cierto que es sencilla y honesta consigo misma, sí que tiene ese punto de sal sureña que denota su afán de protagonismo y hacerse notar, algo que, por desgracia, a las mujeres en esta sociedad de evolución lenta, incluso que involuciona por momentos, no se les termina de permitir. 

Son tres Díaz que no sabemos si relucen más que el sol, pero lo que está claro es que ellas se han encargado de brillar por sus aciertos o por sus nefastas decisiones, pero siendo ellas. Tres ítems de la política actual que comparten apellido, casual, pero que las separa todo, menos el ejercicio de la vida pública. Tres caras, tres caracteres, tres mujeres que gusten, o no, están y se reivindican. 

Tus Díaz tienen nombre, Yolanda, Isabel y Susana. Tres cafés que pueden llegar a ser interesantes, en algunos porque aprenderías, en otros porque estarías cómodo y en otros porque nunca está de más disfrutar de un “relaxing cup with café con leche in Plaza Mayor” (Ana Botella) porque, si bien no puedes sacar mucho de donde no hay, las vistas al Madrid de los Austrias ya valen, por sí mismas, ese ratito. 

Decía Machado que “una de las dos Españas ha de helarte la sangre”, pues yo, parafraseando al prodigioso literato, digo que algunas de las Díaz me han convertido en muñeco de hielo, otras han estado, puede que pasen y me quedo con lo bueno que han dejado y las que pisan con firmeza que nos den tardes de glorias, porque falta nos hace entre tanta pandereta y circo de múltiples pistas. 

Por Diego J. López

07-05-2021

26 abr 2021

LUCHA

 

Fosa común Villamartín 

LUCHA 

Prefiero morir abrazado

a vivir una eternidad 

a tu cuerpo anhelando

haciendo de la ansiedad,

esa que me aleja de tu lado,

el yugo de mi verdad,

del piciado legado

al que, sin humanidad,

nos someten, sin pensarlo,

las élites de la maldad

con sus buques armados.

Sin piedad,

aterrados,

y en soledad,

ante las riendas de los amos,

me hallo buscando la libertad.

Por Diego J. López 

25-04-2021

8 ene 2021

HERIDA SIN CURA



 Borraste de tu faz

esa sonrisa amarga

que hacía de tus comisuras

una vulgar fuente de hiel

de la que jamás bebí.


Enraizaste en tu odio

ese deseo de venganza insano

que te ha demolido el afán

del más mínimo atisbo cuerdo,

desatando tus males en fuego,

que te aniquila sin remedio.


Qué penosa realidad

esa que te hace sucumbir

al espejismo más banal.

Ruina la de tus cimientos

basados en aire fatuo

que se disipa, sin piedad, 

dejándote el hedor de lo podrido,

como la única ofrenda

de tu merecida degradación.


Por Diego J. López 

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