Borraste de tu faz
esa sonrisa amarga
que hacía de tus comisuras
una vulgar fuente de hiel
de la que jamás bebí.
Enraizaste en tu odio
ese deseo de venganza insano
que te ha demolido el afán
del más mínimo atisbo cuerdo,
desatando tus males en fuego,
que te aniquila sin remedio.
Qué penosa realidad
esa que te hace sucumbir
al espejismo más banal.
Ruina la de tus cimientos
basados en aire fatuo
que se disipa, sin piedad,
dejándote el hedor de lo podrido,
como la única ofrenda
de tu merecida degradación.
Por Diego J. López
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