La vida se convierte en insoportable
cuando se aprecia la sonrisa ajena
detrás de los cristales de un bus en marcha.
Un gesto que, a buen seguro, solo trata
de cubrir con disfraz un drama personal.
Vivir se transforma en total pesadumbre
y todo es losa, hasta una gota de lluvia
que fresca resbala por alguna parte
de mi piel insensible. Llena de ácido.
Corroyendo la ribera de su surco.
Ir hacia la luz es el destino cruel,
aunque el paladar saboree la miel
de ese panal que fenece sin remedio
en colmenas rociadas de gases nobles
que, dulces, las matan sin remordimiento.
Acoger la evidencia; abrazar lo fatal
esa es la única decisión voluntaria,
e incluso los ecos de una fiesta infantil,
rebosantes de lozanía, se arrugan
y alinean abrazados a la nada.
Mas, cuando el incienso conquista las fosas
con cada rastro de su apreciado olor
ese celeste aroma es la cruz de guía
para que la parca marque la ubicación
que lo transfigure todo en soportable.
Por Diego J. López

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