Parece que el mundo de los llamados
milenials está dirigido por un ejército de influencers, instagramer,
youtubers y viceversos varios que se tornan en los adalides del neo
triunfador. Ahora, quien más likes cosecha o más seguidores atesore en
el banco de sus redes sociales, se puede decir que tendrá asegurado un
futuro, al menos, a corto plazo, porque está claro que los que somos
milenials, nacidos entre 1980 y los 2000, somos las generaciones más
engañadas de la historia, una absoluta pena siendo todos hijos de la
Democracia.
Cuando éramos pequeños nos decían que
teníamos que estudiar una carrera para ser ‘alguien’ en la vida, para
llegar a tener el mejor trabajo y ganar mucho dinero con el que hacer
realidad nuestros sueños. En esa ardua tarea muchos hemos empleado, al
menos, las dos primeras décadas de nuestras vidas. Nos reíamos de esos
compañeros y amigos que con 16 años abandonaban los estudios para
trabajar en la albañilería o en la hostelería, principalmente, en la
costa, y aunque ellos ganaban verdaderos pastizales de dinero y podían
comprar con 18 años coches de alta gama e incluso tener una casa, tú
estabas ahí estudiando, formándote para ser el gran triunfador que te
prometieron. Y pronto, ambos os distéis cuenta de que vivíais en una
mentira. Que os habían engañado. A unos porque comprobaban como la
preparación académica no se materializaba en las posiciones laborales
anheladas y a otros porque les hicieron creer que los bólidos y los
chalets eran suyos, pero era obvio que no. Y perdieron, todos perdieron
esa batalla.
Más tarde, cuando empezábamos a tomar
conciencia del auge de Internet, asistíamos a la aparición de las redes
sociales, de la vida en directo, de los multicanales de comunicación, de
las emisoras en abierto, de la popularización de la telefonía móvil,
etc., nos hicieron creer que éramos la generación mejor informada. Nos
fuimos haciendo conscientes de que estábamos en la Era de la
Comunicación, dónde el amigo que vivía a diez mil kilómetros podía tener
una conversación fluida contigo a diario. Pero a la vez, nos fueron
alejando más de nuestro entorno cercano, de transformar nuestras vidas
en una página Web, nos enseñaron a mostrar nuestra visión del mundo a
través de las redes y a narrar nuestros estados anímicos, convertirnos
en expertos tertulianos, jueces, críticos de moda y analistas políticos,
todo sin pisar un aula, sólo con el conocimiento infuso de la Era de la
Comunicación. Y nos engañaron de nuevo. Parece difícil discernir entre
la verdad, la postverdad, los bulos y las mentiras que se entremezclan
de manera sibilina entre párrafos, más o menos, bien estructurados que
fomentan desde el odio, a la xenofobia, el racismo o el machismo y nos
encontramos, pues, con que la generación más informada, comparte
imágenes, memes, pseudonoticias, información, al fin y al cabo, falsas,
sin contrastar, sin ser ciertas, sin sentido y anulando una vez más la
creación de una mente crítica. Es penoso comprobar como una dictadura
había mantenido secuestrada la libertad de expresión y de pensamiento
para mantener aborregada a las masas y precisamente, tras cuarenta años
de Carta Magna sea la Era de la Comunicación, de la sobre información,
la que siga manteniendo, casi intactos, aquellos valores que creíamos
erradicados.
Por último, nos han hecho creer que estas
generaciones hemos sido testigos directos de una nueva Era Política. De
una etapa en la que no todas las cartas se la juegan dos, sino que el
tablero se ha abierto a otras posibilidades, ahora tenemos más
referentes en los que fijarnos, en los que poner nuestros designios.
Casi salvadores de una patria que parece cada día más putrefacta. Y me
pregunto ¿nos estarán engañando de nuevo?
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